Buscar, de entre los medicamentos diseñados para otras enfermedades y que ya han pasado las pruebas clínicas que garantizan su seguridad, aquellos que resulten ser capaces de combatir también a la COVID-19 o algunos de sus efectos nocivos, es un camino que permitirá empezar a curar la COVID-19 antes de estar en condiciones de impedir con vacunas la aparición de casos. El desarrollo y la fabricación de una vacuna es un proceso mucho más largo que el de buscar utilidades adicionales a medicamentos ya aprobados como seguros para el uso humano. Esta es la conclusión a la que ha llegado un equipo internacional de científicos que ha completado un estudio al respecto.
Desde la entrada en escena a fines de 2019 del coronavirus SARS-CoV-2, culpable de la enfermedad pandémica COVID-19, se han confirmado en el mundo más de 4 millones de casos de la dolencia y más de 292.000 fallecimientos. La comunidad científica mantiene una carrera contrarreloj para encontrar medicamentos con los que tratar a los pacientes de COVID-19 y para desarrollar vacunas que prevengan la infección en primer lugar.
El equipo internacional de Anthony Davenport, profesor de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido, advierte que no habrá un “medicamento milagroso” para derrotar pronto y de manera contundente a la enfermedad, sino un pequeño ejército de medicamentos, a menudo ayudándose unos a otros, que conseguirá la victoria a un nivel más modesto y de un modo más lento y trabajoso, antes de que se produzca el “desembarco de Normandía” de las vacunas para derrotar la enfermedad de una manera más definitiva. Los autores del estudio advierten que es probable que una vacuna eficaz y elaborable en cantidades inmensas tarde más de un año en estar lista para usarse.
Partículas víricas del SARS-CoV-2. (Imagen: NIAID-RML)
Cuando un virus entra en nuestro cuerpo, a menos que ya hayamos desarrollado inmunidad por una infección o vacunación previa, se introducirá en nuestras células, apoderándose del control de su maquinaria y utilizándola para replicarse y extenderse por todo nuestro cuerpo. A menudo, los síntomas que aparecen en el paciente son el resultado de la lucha de nuestro sistema inmunitario al intentar eliminar la infección. En casos graves, esta respuesta inmunitaria puede volverse hiperactiva, llevando potencialmente a la llamada tormenta de citoquinas, con el resultado de daños colaterales en órganos. Cualquier fármaco para tratar la COVID-19 tendrá que centrarse en las tres etapas clave de la infección: evitar que el virus entre en nuestras células en primer lugar, impedir que se replique si entra en las células, y reducir los daños que se producen en nuestros tejidos, mayormente en los pulmones y el corazón, tal como explica Davenport.
Otra característica importante que se deberá tener a la hora de escoger medicamentos diseñados para otras dolencias que resulten ser aptos contra la COVID-19, es que sean baratos y fáciles de elaborar en grandes cantidades. De esta manera, se podrá asegurar que sean lo bastante asequibles para cualquier persona de cualquier país, no solo para ciudadanos de las naciones ricas, tal como comenta el Dr. Steve Alexander de la Universidad de Nottingham en el Reino Unido.
Los autores del estudio hacen hincapié en la necesidad de identificar con la máxima prontitud los medicamentos existentes que son eficaces en los ensayos clínicos de utilidad contra la COVID-19 para que los médicos puedan comenzar a tratar a los pacientes lo más rápidamente posible. Se estima que actualmente hay más de 300 ensayos clínicos de este tipo en curso en todo el mundo, aunque es poco probable que muchos de estos medicamentos en investigación sean eficaces para un uso generalizado porque causan efectos secundarios bastante severos o hay otros problemas o dudas sobre su uso y utilidad real. (Fuente: NCYT Amazings)
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