En los últimos días me he encontrado con una serie de afirmaciones que se repiten: todas ellas giran en torno al parecido de Wasteland con Fallout. Aunque la comparación es absolutamente pertinente, y comprendo que no lleva mala intención alguna —faltaría más—, creo que es igualmente recomendable reparar en que el orden está invertido; si acaso, sería al revés. Y es que, cómo no, en ocasiones la fama y renombre nos llevan a error, y pueden jugar malas pasadas en todo este teatro de inspiraciones en el que se desarrolla la industria de los videojuegos. Porque, a fin de cuentas, Wasteland, a pesar de tener un tirón comercial sustancialmente más reducido y una trayectoria algo más sombría, no deja de ser la rama madre de la que luego surgirían algunos vástagos, entre los cuales se encuentra el hijo pródigo, Fallout, más prolífico y sin duda con una evolución mucho más acuciada en su paso por el tiempo y por nuestras vidas. En el fondo, todo se remonta a Brian Fargo, desarrollador americano que, en su día, fue responsable de la legendaria y ya extinta Interplay, firma a la que se adscriben algunos de los grandes clásicos de la historia de los videojuegos, como Baldur’s Gate —a través de su subsidiara, Black Isle— y la propia Fallout; sin embargo, anteriormente había trabajado en Wasteland, dando el pistoletazo de salida a la ambientación postapocalíptica, descarada y ciertamente nihilista que tan buenos resultados ha dado en ambas franquicias. Ahora, con Wasteland 3, asistimos a su último proyecto de rol occidental, y quién sabe si a su último trabajo multiplataforma después de la adquisición de inXile por parte de Microsoft. Análisis de Wasteland 3.
Como es lógico, Wasteland 3 nos sitúa un poquito después de los sucesos acaecidos en la segunda entrega; a modo de resumen rápido, la base de los rangers de Arizona tuvo una serie de problemillas con la inteligencia artificial, y al final hubo que soltar una buena bomba nuclear para exterminar el problema. A grandes problemas, grandes soluciones. Ahora, evidentemente, la organización está seriamente debilitada, por lo que han llegado a un acuerdo con el enigmático líder de la civilización en Colorado para poder asegurarse la supervivencia en estos amargos eriales del fin del mundo; como de costumbre en la serie, el hilo argumental del título no es especialmente complejo, pero da pie a un desarrollo cuya profundización va in crescendo, y sobre todo sienta las bases idóneas para que se dé el humor negro, macabro e impagable que caracteriza a Wasteland. Una cabra en el prostíbulo, unos buenos insultos a todo tu simiesco abolengo, o una devoción flamígera al thrash metal y al desollamiento son cosas que siempre tienen cabida en todo ejercicio humano que se precie, y ciertamente siempre hay espacio para el buen rollo y la ironía más descarada en el último trabajo de inXile.
Dentro del ámbito narrativo, lo mejor es el peso de las elecciones y sus consecuencias; como buen estandarte del rol al estilo occidental, Wasteland 3 pone el acento en que te sientas parte de un yermo que está en constante evolución, y que reacciona a tu paso por el mismo, tanto vía eventos aleatorios en el mapa como a través de conversaciones con personajes no jugables, donde pasaremos buena parte de la aventura navegando entre palabras y haciendo uso de nuestras más altas dotes diplomáticas… o de amenazas escatológicas de mutilación y sufrimiento gratuito, también marca de la casa. En este sentido, el guion no destaca por una actuación verdaderamente estelar de la psicología de sus personajes —en ocasiones peca de ser un tanto previsible—, sino porque permite representar conflictos morales típicos del apocalipsis de manera grisácea y distante; la típica frase de “no hay ni bien ni mal” está muy manida y creo que no aplica exactamente, porque dentro del espectro moral es bastante palpable qué es lo que está bien y qué es lo que haría un degenerado sin sentimientos, pero el gran acierto de Wasteland 3 es que no juzga, es justo y claro, y te da las herramientas necesarias para que puedas cimentar tu propia historia paso a paso. Por encima de todo, te suelta en los níveos páramos de invierno nuclear de Colorado y te insta a que seas tú mismo.
Y claro, todo este entramado de situaciones funciona gracias a su recurrencia, a que los sucesos pasados te vuelven y te recuerdan las consecuencias de tus decisiones; esa persona a la que salvaste, ese gran jefe criminal que metiste en la cárcel, o ese convoy que no pudiste defender, etc., todo posee una suerte de correspondencia futura que habrá de sorprenderte, para bien o para mal, a veces incluso en los últimos compases de la partida. Esta interconexión posibilita, más aún si cabe, que te sientas parte ya no de la historia, sino de la atmósfera despiadada y brutal que inXile ha hilvanado para la ocasión. Los personajes secundarios y los acompañantes, por su parte, también coadyuvan en estas sensaciones, y si bien dejan buenos momentos, a veces da la impresión de que gran parte del trabajo de caracterización tiene como objetivo principal la mera reacción a las libertades del jugador, lo que puede provocar que, en determinadas ocasiones, se sientan excesivamente subyugados. La apuesta por las decisiones del jugador funciona a las mil maravillas prácticamente todo el tiempo, pero por desgracia puede llegar a eclipsar un poco a los compañeros. En general ninguno de los acompañantes es especialmente memorable, y eso termina pasándole factura a la narrativa.
Donde sí que sirven a la perfección los acompañantes es en todos y cada uno de los ámbitos de un sistema jugable que, a grandes rasgos, se divide en distintas capas; por un lado, la exploración de los patógenos e irradiados eriales de Colorado en nuestro vehículo, escenario perfecto para descubrir localizaciones y encontrar combates y eventos de generación espontánea; por otro, el apartado conversacional, que ya fue descrito líneas más arriba pero que, en esencia, está determinado por habilidades sociales que nos permitirán llevar los diálogos hacia nuestro terreno —o intentarlo al menos, a riesgo de confrontaciones potencialmente letales—; y, finalmente, el combativo, que toma los esquemas de la estrategia táctica por turnos al más puro estilo XCOM. Por consiguiente, nos encontramos ante una buena variedad de armas y atributos que preconfiguran opciones de estilo de combate, de modo que la complementación y el trabajo en equipo de nuestros seis miembros de escuadrón es una de las claves para la victoria. De resto, un poco lo de siempre: habilidades especiales, generalmente relacionadas con las destrezas, puntos de acción para el desarrollo de los turnos, caprichosas probabilidades de acierto, y un sistema de coberturas que se presenta como algo fundamental para evitar ser un colador humano. Y eso que escasean las balas y que la IA a veces tiene sus imprecisiones, lo que regala algunos momentos de excesiva y caótica confusión.
Por suerte, hay también una suerte de sistema de peculiaridades y dotes que nos permitirán especializar aún más a nuestros personajes —los secundarios que forman parte de la historia ya vienen predefinidos en cierto modo, pero cuatro miembros del escuadrón pueden ser creados a placer—, al tiempo que regalan algunas de las mejores líneas humorísticas de la experiencia. Y créeme que a veces el humor es necesario; entre masacre y masacre, pasos entre los desechos sanguinolentos de la casquería humana que has dejado tras de ti, explosiones, y los vibrantes enfrentamientos especiales o múltiples —en algunos participarán incluso vehículos, a modo de apoyo armamentístico de gran calibre— a veces vas a acabar un tanto exhausto, si bien la fórmula consigue mantenerse fresca y adictiva durante una cantidad demencial de horas. Es, en general, un planteamiento jugable de originalidad discutible, pero de efectividad totalmente contrastada; Wasteland 3 no intenta revitalizar nada, sino que más bien se centra en la sublimación de las mecánicas tradicionales de la franquicia, con resultados sensacionales. Eché en falta algo más de riesgo, de lanzarse a por cosas nuevas, pero entiendo que no hay necesidad alguna de tocar aquello que está bien; eso sí, en determinados momentos el juego puede pecar de brutal e inmisericorde, por lo que está claro que no es un título para todos los públicos.
Finalmente, en lo relativo al apartado audiovisual, Wasteland 3 sorprende más por su oscuro y crudo diseño artístico que por la fuerza de su motor gráfico; no habremos de esperar grandes despliegues de músculo técnico, con incontables partículas adornando la acción, pero eso no es óbice para que lo nuevo de InXile se haga realmente fuerte a través de la atmósfera y de unas escenas conversacionales renovadas, de corte mucho más cinematográfico. Además, apenas notamos problemas de rendimiento, incluso en equipos moderadamente humildes, por lo que es disfrutable en una amplia variedad de configuraciones. Por otro lado, las sensaciones son todavía más positivas en el ámbito sonoro, con unos efectos brillantes y, lo que es más importante, con una banda sonora que sorprende por la elección de sus melodías y por la integración de las mismas en la jugabilidad; las que mejor quedan son las composiciones especiales, propias de los enfrentamientos contra jefes, y ya te aseguro que atesoran algunas de las mejores escenas de la fórmula. Por encima de todo, hay un encanto irrefrenable en recorrer todos los rincones de vicio, terror, injusticia y ambición descarada de Colorado, y pronto te encontrarás con que las horas se te han pasado volando.
Conclusiones
Es cierto que Wasteland 3 quizás peca de ser excesivamente conservador en su planteamiento, pero es imposible no ceder ante sus múltiples encantos; a su oscura y brutal ambientación se une un humor impagable, nihilista y terriblemente sarcástico, mientras que el combate de RPG táctico consigue brillar con luz propia gracias a la perfección de los sistemas de enfrentamiento que ya habían sido desarrollados en entregas anteriores. El guion y los personajes secundarios no son perfectos, pero lo nuevo de Brian Fargo e inXile se nutre de la variedad de decisiones posibles del jugador y de sus subsiguientes consecuencias para transportarte de lleno a los inmisericordes eriales de Colorado, donde pasarás una ingente cantidad de tiempo batallando contra constructos artificiales salidos de madre, saqueadores sectarios que parecen sacados de una banda de death metal, e intentando asegurar la supervivencia de la orden de los rangers, en una de los acercamientos más especiales y memorables al género del rol que ha dado la actual generación. Uno de los imprescindibles del año.
Redactado por Sergi Bosch (Elite)Copia digital proporcionada por Koch Media.
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